ENCONTRANDO EL SUR II

Metraje: 480 días aprox. Nac: Mundana, Genero: Realiti de aventuras, Catalogada: No recomendada a familiares cercanos.

Si hay algo que une a todos los seres humanos es el deseo de ser felices. Esta voluntad es el motor que activa y determina muchos de los pasos que van a dar Abisinia y Van Birloq en este largo viaje.

La falta de esperanza comienza a recortar sus sueños. Aburridos de esperar y de seguir esperando, de que nada cambie y de que nada venga, deciden perder el miedo a la vida y comenzar a trazar el boceto de su destino. Juntos parten en un viaje que les lleva a recorrer el continente americano restándole importancia al que y dándosela al como.

Este documental reúne la sabiduría y experiencias personales de esta ecléctica pareja en torno a un tema tan universal como es la búsqueda de la felicidad.

El sol de Rio Negro, edición de la mañana.

viernes, 27 de julio de 2012

Al Cañón del Pato pasando por la Karakorum Highway





Perú II (Cajamarca, Tulpo, Yuracmarca, Cañón del Pato, Caraz) 492km, 8499m+


“Aún no había llegado la noche, pero una media luna se engarzaba ya en la algodonosa blancura de una nube.”
                                                                            
                                                                                          Ciro Alegría. Los perros hambrientos.


El camino me conducía a pasar el cumpleaños en las playas de Trujillo, de paso ajustaba la bici en la casa de ciclistas de Lucho y tomaba tres días de descanso y una juerga. Pero, maldición!!!! recibo un mail de Corinne y Joseba en el que ofrecen veneno, veneno del bueno. Me cuentan que acaban de pasar por un lugar lindísimo, con tramos parecidos a la Karakorum Highway y que remataron la ascensión a la Cordillera Blanca por el Cañón del Pato. Vamos…. todo un reto al que no quiero decir no. Nos cruzamos la mirada el Arthur y el moá, y sin decir una sola palabra el cambio de ruta está resuelto.

Se despiertan en mi sensaciones intensas al oír hablar de la Karakorum, alguien acaba de remover entre los papeles que hay al fondo del cajón, los que llegan allí porque siempre los dejas para el final, no los quieres ver.


De la Karakorum Highway tengo un vago recuerdo. Hace ocho años viaje por ella abrazadito a la muerte. Fue allí en Pakistán donde una parte de mi murió. Su pérdida dio lugar al lento y firme alumbramiento de esta que ahora me tiene aquí. Vamos a ver que me encuentro por esos lares, a ver que encuentro dentro de mi, en el fondo del cajón.


Al abandonar Cajamarca después de un día de descanso y encontrar de nuevo asfalto volamos sobre la carretera. Casi sin esfuerzo llegamos al kilometro cien donde nos alojamos en una escuela. El aula de 5º grado es nuestra suite. Un día mas de tregua, seguimos sobre asfalto pero ya con desniveles considerables, así que lo tomamos como una etapa de transición, tranquilidad, bromas y buenos alimentos.




A las puertas de Cajabamba.


Entre tanto monte un plano con su laguna nos invita a parar pronto. Tarde de sol que aprovechamos para la lectura. Montamos las carpas para esperar ese momento mágico y diario, cuando tras los lejanos cerros se hunde el sol y un cielo de fuego da colores de ascua al filo de las aguas, a los campos donde las siembras crecen. La sombra ha llegado ya pero en el fogón perduran los colores de la tarde. Graciela aprovecha su calor para cocinarnos un arroz y freír unas truchas que hace unos instantes nadaban por esas aguas en llamas.

Los días transcurren entre pueblitos y sumidos en la tranquilidad de una ruta poco transitada. No tarda en aparecer el desvío hacia la trocha. Riscos y empedrado para comenzar el sendero es un avance informativo de  lo que nos espera  en la próxima semana. Aquí comienza nuestro periplo carretero.



Nos adentramos en una zona minera, pequeños pueblos de grandes contrastes y alma de dólar. Grandes minas a cielo descubierto que muestran las heridas de muerte asestadas a un monte y a unos ríos que jamás se recuperarán. Jamás. Una explotación minera que va mas allá de la tierra, que es verdaderamente una explotación humana. Mejor salir de aquí rápidamente, pero no será tan fácil, estos Andes son tan ricos en minerales que durante varios días encontraré mineras destrozando el paisaje, la Madre Tierra en su fondo.


El viento, la arena del camino y la altitud, asociada a un frio considerable, nos invitan a parar en la casa de Alicia. En un ventoso collado ha decidido montar su hogar, allí justamente a la espalda de su morada esta el agujero, la bocamina por donde desaparece todas las mañanas su marido para arrancar carbón a la tierra de modo artesanal. Por las tardes aparece un ente negro de ojos y sonrisa blanca. Nos brinda una cocina donde refugiarnos del viento y del frio. Otra noche a 3700 y vamos a ver que pasa, mi saco de dormir se mojó hace tiempo y no recupera si capacidad calorífica.  



Un paseo de sobremesa. La curiosidad me lleva a subir a la loma que protege la casa de los vientos. Subido en un risco ahora tengo ante mí toda la vastedad accidentada y multicolor de los campos. Tiñéndose de morado y azul las lejanías, parece que ellas avanzaban a perderse en abismales barrancos. Coronándolos vestido de un blanco impecable admiro, diez años después, al Huascarán. Esta semana parece que va a ser de reencuentros con mi pasado.

Duro vagar el del viajero que ni come, ni duerme, te lo juro. Un dolor de tripa me retuerce toda la noche en el saco de dormir. El camino, despiadado con el ciclista, cubierto de una arena fina, como harina de repostería, me hace poner el pie en tierra y empujar la bici durante bastante tiempo. Las ruedas arañan el camino dejando marcados sus zarpazos en la arena y mis pedaladas patinan en el aire sin encontrar su propósito. Esto debe de ser lo mas parecido al Paris-Dakar en bicicleta.

                                                                                                                                                                                                 Foto Arthur.

Con el aliento quebrado por fin llego al alto,  allí  cerquita de los 4000 metros, allí donde la paja ya no quiere ni vivir. El viento potente y bronco muge contra los riscos, silbando entre las pajas, arremolinando las nubes. Sigue la tierra desenvolviéndose por inconmensurables distancias hasta nuevos horizontes lejanos. ¡Ancho y largo es el mundo!. Consigo gritar desde la altura juntando un poco de aliento.

Llegando a Tulpo sufro como un perro, como un perro hambriento. Una sensación de estomago hinchado no me deja comer. Sin alimentarme subo cuestas quemando mis reservas de energía que ya son mínimas. No sé de donde salen. Tiendo mi cansancio sobre la tierra de la plaza de armas y el sol me da la energía que me falta antes de que unas nubes plomizas comiencen a amontonarse en el cielo.


Allá a lo lejos veo su silueta, una silueta curvada por el trabajo y el paso de los años, en pies y manos aun trae la tierra de la chacra. Aterido por el frio y extenuado por el cansancio decido acercarme a preguntarle. Américo, un tipo seguro de si mismo y de la bondad del prójimo, no lo duda,  me abre las puertas de su casa y de su cocina, me acoge y recoge. Un hombre con mucha sabiduría vital, dada no solo por el paso tiempo sino por sus ganas de conocer. Cuando de su pecho brota el habla, la voz fluye con espontaneidad de agua, y cada palabra ocupa el lugar adecuado y tiene el acento justo. Cata, su mujer, fiel compañera y apoyo, me ofrece dos tazas de café, mientras María Elena calentada por la leña del fogón me cuenta el desenlace del libro que estoy leyendo. Él me cede su poncho, su orinal y un catre donde pasar la noche.


Una mañana mas salgo al camino sin lavarme la cara, sin peinarme y sin haber rezado. Viendo lo que me espera quizás debiera haber hecho lo último. Moyebamba esta en fiestas y todas las comunidades aledañas las viven como propias. Las mejores ropas salen de los armarios, peinados lacios de ángel y pesados bolsillos repletos de monedas destinadas al trago. Todo preparado para esta explosión de vida que encierran las fiestas.



Ya bajando a Moyebamba  los bohíos grises humeaban en medio de multicolores chacras. Un frondoso bosque de eucaliptos los rodeaba. Las quebradas cortaban el paisaje con sus verdinegras líneas de monte descendiendo a la encañada llena de valles formada por el rio Tablachaca. Hombres y mujeres de trajes coloreados transitaban por los senderos amarillos. Alguien ensillaba su caballo a la puerta de una casa.


Estoy de cumpleaños, pero ni siquiera eso va a librarme de lo que me espera. Para celebrarlo tengo un regalo donde indescifrables caminos se dibujan creando 41 revueltas que bajan al rio para después remontar por una pared vertical. Su ascensión se  acerca mas al alpinismo que al ciclismo. Antes me descuelgo al rio durante unos kilómetros por un camino de los que dibujarías en tus sueños si alguien te propusiera diseñar un viaje en bicicleta. Uno de esos caminos que podrían dar el titulo a la entrada de “Tierra trágame II, el retorno.”


Una vez los caracoles han remontado la pendiente llegamos a Shindol. Al cruzar la calle del pueblo la profesora nos ofrece unas manzanas y un café. Soplamos con ella, con sus padres y una botella de cola mi vela imaginaria de cumpleaños.

"Siempre en la vida del pobre hay un retazo de dicha que tiene nombre de mujer."

Me fuerzo a cenar un poco de arroz, espero que mañana sea mejor. Vaya día!!!, el año pasado celebre una fiesta de cumpleaños a la que solo vino el coyote y este año no puedo ni tomar una cerveza.

Los forasteros acomodamos nuestro cansancio en el corredor. Tarde en la noche, estamos oyendo aullar a los perros, al viento y a los borrachos que celebran coléricamente que es domingo. Pareciera que no tuvieran mas que celebrar.


Siento que no puedo mas, otra noche de tripas revueltas. La noche parecía interminable, nunca fue tan negra, nunca tan honda. Sin dormir, la existencia me pesa ya como una carga de piedras en las espaldas y tomo la decisión de "ir a ver  al doctor (pa´que me de la receta)". Salgo de la consulta con un desparasitario. No es un collar, son unos antibióticos. Tanto va el cántaro a la fuente que al final se parasita.

Mi peso esta como el Ibex 35, a la baja. Son 68 kilos los que peso, unos once menos de aquel empleado de oficina con tapers de su madre en la nevera. Parasito come parasito, o, perro come perro? Como era la frase?



Bajamos y bajamos de nuevo lo que hace horas habíamos subido. Encontramos al fondo el rio que nos acoge y en esta ocasión nos deja circular bien pegaditos a él. Disfrutamos en primera persona de sus paisajes. La carretera parece arrancada a mordiscos a las rocas, el paisaje se torna agreste, seco, las laderas sostienen en temible equilibrio grandes rocas incrustadas, parecieran almendras pegadas a una barra de turrón recién partida amigo Sancho. La calidez perenne de los valles hace que después de días de sierra aparezca la manga corta. Y de repente, crahsssss, la arena ha atrapado la rueda delantera del Arturo y este ha volteado dejando caer su cuerpo a medio metro del precipicio.

Elige,  sube y baja, o....
.., baja y sube. Al fondo el Tablachaca.























Me siento como un perdedor, siempre que lanzo la moneda al aire sale cruz. En cada ocasión que mi camino discurre por un cañón el viento lucha contra mi para no dejarme disfrutar de su belleza.

Pasamos Quiroz, el pueblo donde íbamos a comprar la cena, sin enterarnos. Diecisiete kilómetros después paramos a comprar unas bananas y la mujer nos informa que hace diez años “El Niño” a golpe de riada se lo llevó. Aún así sigue apareciendo en el mapa. Aprovechando la conversación nos invitan a un plato de dulce de calabaza y oca y ya de paso nos ofrece alojamiento. El marido se dedica a buscar oro en el rio como lo hacían los exploradores del Yukon hace cien años y ella vende todo lo que sus frutales la dan. Acabo vendiendo fruta en la carretera con la señora, esto de ser gringo tiene tirón.


El Tablachaca nos arrulla con su murmullo profundo. La casa estaba rodeada de chacras, con sus siembras logradas, cumplidas en vivos colores de bayeta nueva tal si fueran retazos de pollerones (faldas): la quinua morada, el  maíz verde, el trigo amarillo, las habas oscuras.



Madrugamos. Se levantó también el día pronto y aun desperezándose, cubierto de su frazada de nubes nos acompaña con luz tibia y gélido aliento. En el frio de este amanecer me siento una persona afortunada. La atmosfera del lugar  me llena de energía. Si que es verdad que estoy en la Karakorum, ahora la recuerdo perfectamente. Llegan a mi cientos de sensaciones, de sentimientos, de almas. Compruebo que es intenso el poso dejado por la experiencia allí vivida y lo disfruto en soledad.



Estoy recorriendo los entresijos de los Andes. Estoy en un medio muy hostil, me encuentro con un sol crudo, implacable, voraz. La tierra se abre en grietas sedientas y el sol entra por ellas, tostándola. He pasado de estar ayer junto a la tierra húmeda de la fértil chacra plena de cereales en cosecha, a un desierto total. Un sol plano y una temperatura superior a los treinta y cinco grados hacen mas difícil y necesario encontrar una sombra donde descansar y tomar una pieza de fruta. El golpe de calor puede estar cerca.




Los colectivos pasan velozmente levantando densas nubes de polvo. Las bicis son esqueletos de tierra rodantes, las alforjas sacos donde se amontona la arena, el cabello un molde de arcilla que  parece  quebrarse al tocarlo, en el paladar incrustado el polvo, se diría que es un paño de lija del 8, en la nariz  mocos pétreos se adhieren formando punzantes anzuelos y todo mi cuerpo luce un arenoso bronceado ocre. Necesito una ducha con centrifugado previo.


Arturo va rápido, lleva alas en sus pedales, las mías me las robó el parasito y debe tenerlas por ahi escondidas. Paramos para recuperar energías y  junto a unas mandarinas conozco a Lucho. Minero que trabaja para una multinacional extranjera, extrae oro manualmente desde hace tres años. Vive en un barracón cercano a la mina, seis horas andando lo separan de su casa y no tiene tiempo para ir y venir todos los días. Hoy está de permiso porque como labora un mes seguido, sin fines de semana libres, le han dado siete dias para visitar a la familia. 12 euros es su salario diario a cambio de todo esto.

Pero algún día debía de cambiar mi suerte de perdedor de casino. El viento empieza a golpearme bruscamente. Utilizo mi espalda como vela, la columna el mastil, solo debo orientarla y ella se encarga de empujar mi nave sin pedalear. De vez en cuando el viento juguetea conmigo, quiere asustarme cambiando de dirección, zarandeándome, frenándome, pero no es mas que eso, una broma. Gracias Eolo.


Mi corazón palpita jubilosamente mientras rueda sobre “la quitapenas”, golpeado por la lluvia, acariciado por la luz estelar, acuchillado por el ventarrón, vendado por la sombra. Yuracmarca está cada vez más cerca, podemos verla, casi tocarla pero el camino parece interminable. Siempre los últimos kilómetros miden mil quinientos metros.

Ya era pasado el mediodía cuando llegando a Yuracmarca visito de nuevo el centro médico, pero esta vez para solicitar hospedaje. Nos ofrecen el paritorio de la comarca como lugar de descanso. Que posición mas incomoda para dormir.

El Arthur sin epidural.

Hoy cocino yo!!!  Con retraso, pero cena de cumpleaños!!! Me siento mejor y se me dispara el ánimo. Espaguetis en salsa como plato estrella, pero no salsa de bote, de la elaborada, de la rica. Los antibióticos le están ganando la batalla a esa tropa de parásitos.

La mañana se anuncia en brechas de luz por las rendijas del vetusto cortinaje que ocupa el ventanal del paritorio. Me quito el goteo, con un bote de ilusión me basta, no necesito mas para llegar a Caraz. Por si acaso no era suficiente, complemento la dosis con un ceviche mañanero antes de enfrentar la dura ascensión.




El Cañón del Pato discurre siguiendo el cauce del rio Santa, este divide de modo natural la Cordillera Blanca y la Negra que aquí intentaban juntarse. El rio se ha encargado de tallar entre rocas el  recorrido, saltos de agua y paredes que viven en equilibrio con el abismo dibujan un paisaje que escoltado  por montes nevados que se elevan hasta los 6000 metros te hace sentir estrechamente encajonado. Por su interior transita un sendero que otrora fue una antigua vía de tren. ahora nos sirve de camino. Aquí fue el humano el que se encargo de tallar 41 túneles en la roca para hacer posible el paso (porque aparece últimamente el número 41 en todo lo que hago?, en qué año nací?).


Un rio que bajaba de las alturas me golpeó los oídos con su estruendo y luego mostró el tumulto azul y blanco de sus aguas claras. Los cerros retorciéndose erguían sus peñas azulencas y negras en torno de las cuales, ascendiendo lentamente, flotaban nubes densas.


En esta subida tan linda mi estado físico comenzaba a mejorar. La droga de la ascensión sobre la bici me recorría todo el cuerpo proporcionándome un dolor gozoso, un sufrimiento cruel y dulce. El camino, ciñéndose a los convulsionados roquedales, resulta tan quebrado que es difícil mantener una dirección fija, un ritmo. Este año no me hace falta ver el Tour por la tele, tengo etapas de alta montaña en directo todos los días.


El principio del fin.

Y por fin llegó el asfalto, una semana después abandono pistas de piedra y arena para deslizarme sobre la ruta. Estoy en el Callejón de Huaylas. Diez años después aquí. No me lo puedo creer. Cuando veo los primeros nevados asomando tras las lomas, una alegría inmensa me invade. Mil recuerdos hacen cola en la puerta de mi memoria y entran de golpe, sin orden. Sobre Abisinia me dejo caer en la bajada, levanto ambos brazos, hincho el pecho y comienzo a desafinar “el Joselito, el Ave María, el Maldito Duende por Raphael….” y otros grades éxitos de aquel verano. Se os echa de menos cabrones pleistocénicos!!!.

El fuerte ritmo de las dos últimas semanas sumado a la enfermedad me pasan factura. Definitivo: estoy viajando deprisa. En Caraz decidimos reposar tres días para recuperar fuerzas y escribir que había mucho atraso. Tomamos un hotel con agua caliente, cama dura, patio lindo y silencioso, y allí mismo me abandono al sueño.

Pero si ha sido difícil lo pretérito lo que se avecina no tiene aspecto de serlo menos. Nos vamos a subir allí arriba donde los nevados están al alcance de tu mano, donde el gramo de oxigeno esta mas cotizado que el de oro. El paso de Punta Olímpica con sus casi 4900 metros nos espera. Engraso la bici y vigilo las presiones Harry. Todo preparado.



Desde que comencé a rodar por la sierra norte del Perú solo puedo tener palabras de agradecimiento a sus gentes. Siempre que he tocado su puerta (en ocasiones sin tocarla), me han ofrecido un lugar donde reposar, un plato en la cena y otro en el desayuno. El dejarme compartir con ellos, desde la cercanía, sus experiencias vitales ha sido lo mas enriquecedor. Gentes que a los gringos, a nosotros los de la sociedad de consumo, nos pueden parecer personas simples. Una simpleza, por otro lado, que rebosa tranquilidad. Acá no hay lugar para la lacra del estrés. Viven en una armonía y conexión con el medio que no deja de sorprenderme.

La siembra, el cultivo y la cosecha renuevan para los campesinos, cada año, la satisfacción de vivir. Son la razón de su existencia. Y a fuerza de hombres rudos y sencillos, las huellas de sus pasos no se producen de otro modo que alineándose en surcos innumerables. ¿Qué más? Eso es todo. La vida consigue ser buena si es fecunda.

Gracias a todas estas vivencias cada día entiendo mas la personalidad, el carácter y la forma de afrontar la vida de mi padre. Estoy viviendo dentro del mismo escenario en el que él se crió, donde creció. Cualquiera de las personas con las que convivo, desde los mas pequeños hasta los mayores, podrían ser él hace años. Me siento como si formara parte de una representación de la España campesina de hace 70 años.


Fue un paseo por las calles de Cajamarca, un local sombrío que me llama la atención, una librería. Justo lo que necesitaba, se me acababa Siddhartha y necesitaba mas. Tengo la suerte de encontrar “Los perros hambrientos” de Ciro Alegría y mas suerte aun cuando veo que la acción transcurre en la zona del Perú que estoy recorriendo. Lo que en él se describe poco ha cambiado desde que se publicó hace 73 años. Esta es la velocidad que llevan aquí las cosas.

Quiero pedir disculpas a Ciro por hacer uso de sus palabras y tener la osadía de acercarlas a las mías (en negrita y cursiva textos que pertenecen a su libro “Los perros hambrientos”). También agradecerle enormemente que haya puesto magia y poesía a mis vivencias de este último mes. Sigo teniendo la cuenta pendiente de terminar El mundo es ancho y ajeno, todo llegará, se que Rosendo Maquí puede esperarme.


“A veces la verdad no basta, a veces la gente merece mas.”
                                                                              
                                                                                                                      Batman II






Desde mi cielo reluciente que simula una comba de acero pavonado. Un abrazo tan ululante que haga palpitar la noche andina, chinas y cholos míos.




Guau, guau, guaúúúúú……..,guau, guau……

Cajamarca-Chuquicara

Adelantito de Chuquicara-Caraz


viernes, 20 de julio de 2012

Tierra trágame



Perú (Jaén, Leymebamba, Balzas, Cajamarca) 485km, 7629m+

Salgo a pasear por dentro de mi,
veo paisajes que de un libro de memoria me aprendí.
Llanuras bélicas y paramos de asceta,
no fue por estos campos el bíblico jardín.
Son tierras para el águila un trozo de planeta
donde cruza errante la sombra de Caín.

                                                                      
                                             Extremoduro y A.Machado.
                                                                     Buscando una luna. Por tierras de España.


Encerrado. Así me siento los cuatro días que paso en Jaén. Una ciudad envuelta en un zumbido continuo. Donde los habitantes me observan con cara de pocos amigos, como si fuera un extraterrestre. Una ciudad donde se respira humo y tensión, donde vivo con la sensación de no hacer nada esperando los repuestos que han de llegar de Lima. El tiempo pasa en lenta agonía.

El domingo salimos a las diez de la noche del taller y el lunes estamos a las siete de la mañana para rematar las bicis. Son las dos de la tarde cuando por fin y tras un  ayuno de bicicleta de cinco días salimos a rodar. Dios que mono!!!!

Atrás dejamos a la familia Obando que con su tienda “El ciclista” nos ha ayudado en la reparación de las bicicletas. Mención muy especial para alguien que me llegó profundo, Juan, el patriarca. Un tipo parecido físicamente a Manuel Alexandre, al que le pusieron dos piernas para sujetar un gran corazón y le dieron dos brazos para poder repartir la bondad que lleva dentro. Cada día admiro mas la virtud de la humildad.



También después de dos días metido en el taller desmontando y limpiando el barro que había llegado a lo mas profundo de la máquina algo he aprendido; la próxima ocasión que vea un  barrizal de esa magnitud subiré la bici a un camión y adelante. La bici ha salido casi destrozada de la contienda y yo no quiero ser ningún superhéroe.

La luz es sepultada por cadenas y ruidos
en impúdico reto de ciencia sin raíces.
Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes
como recién salidas de un naufragio de sangre.
                                                         
                                                                       Federico García Lorca. La aurora de Nueva York.



El rio Uctubamba nos va a acompañar durante varios días dando color al valle y entregándole vida a su paso a los paisanos. Si Jaén era lo mas parecido a una ciudad india con su jaleo de mototaxis, este valle recuerda China. Campos anegados en los que los campesinos trabajan duramente en la siembra y recolección del arroz.



La vida en el campo es muy diferente. Acá a tan solo 40km de la ciudad la gente te saluda desde las cunetas, en cuanto te paras tienes varias personas con las que dialogar, rápidamente te ofrecen hospitalidad. Los días pasan y voy recuperando el ánimo. He de confesar que lo tenía un poco bajo, pero estos paisas y estos paisajes resucitan un muerto. Este Perú si me gusta.


Dejamos el amplio valle, sus frutas, sus arrozales y nos encañonados durante cuatro días. El cañón se estira y encoge como el fuelle del acordeón dejando pasar un viento embutido entre paredes que nos sopla siempre en la cara, sin importarle nuestro rumbo. Mis recuerdos pasan por momentos de las paredes de Ordesa a las arcillosas tierras leonesas. El Uctubamba continua presente.


Solitarias carreteras de paisajes mudos cruzan aldeas aparentemente deshabitadas. Soy recibido por desamparados cantaros de leche que esperan en la cuneta ser recogidos. Ni siquiera aparecen los omnipresentes perros que por costumbre corren tras de mi mostrándome sus colmillos, ladrándome.


Llegando a Kuelap, una antigua ciudad de la cultura chachapoya (guerreros de las nubes), construida en lo altísimo de un monte, decido provocar a la suerte. En mitad de la caló veo un carro de turistas aparcado y al otro lado del rio un trapiche. Allí están extrayendo guarapo (jugo) de la caña, toman sus fotos y nosotros confiamos en nuestra suerte para que nos suban hasta las ruinas. De sopetón vemos un tipo colgado en una caja la cual pende de un cable. Esta cruzando el rio. Se baja y nos invita a jugo de caña, a compartir su trabajo, luego a comer y mas tarde nos subirá en motocarro a Kuelap. La suerte se puso de nuestro lado.


Félix maneja su viejito motocarro con todo el cuidado que le es posible, pero las carreteras y el apremio por llegar antes que cierren le hacen forzar la máquina. En mitad de una cuesta hemos de parar a echar dos litros de aceite y a regar el motor con agua para que enfríe. Y para frio el que hace a 3000 metros al atardecer. Conseguimos que nos abran la puerta de esta fortaleza (llegamos tarde) y nos dejen pasearla, acompañados solamente de las llamas que actualmente la habitan, a la par que el sol quemando el horizonte decide ocultarse. Privilegiado mi menda. 


Si dura fue la subida botando en la parte trasera de la caja metálica con una pista llena de hoyos en su trazado y de barrancos sin fin en sus laterales, imaginate de noche y con un frio brutal. En una aldea nos dan un plástico grande con el que nos tapamos y conseguimos llegar a la casa de Félix semihelados y con el culo pa´tirarle. En su humilde cocina, construida excavando y ganándole terreno a la ladera,  nos espera su mujer una vez mas para ofrecernos cobijo, calor, y un poco de cena. Pasamos la noche como cowboys de bicicleta, vemos un fuego y allí atamos nuestros caballos, colocamos nuestros monturas y sacos de dormir  rodeando la chasca y hasta mañana que ya es demasiado por hoy.





                                                     Mañana, tarde, noche.                                                              Fotos Arthur.


Saliendo del salón de actos del ayuntamiento de Leymebamba, donde ayer nos dejaron dormir, mi cuerpo esta molido. Llevo varios días ya no provocando, sino vacilando a la suerte. Estoy bebiendo agua de los grifos, agua de un color whisky con limón, y anoche parece que el destino quiso divertirse y hacer un juego de palabras entre el estado de mi estomago y el puerto que debía de ascender. Allá arriba me esperaba el paso de Barro Negro, acá abajo noche de diarrea.


                                                                                                                                                                                                 Foto Arthur
Aun así a la mañana se apechuga y se continua. A media hora de ascenso un museo donde muestran momias perfectamente conservadas traídas de Kuelap. Parece interesante pero como ya sabes soy mas de ir a tomar el aperitivo que de ir a museos. Arthur se queda ilustrándose y yo continúo en lento progreso mi ascensión acompañado de los acordes que emiten mis tripas en las cuales buscan acomodación todos los jugos que siguen revueltos. Son casi cuatro horas de acompasado esfuerzo y allí arriba a unos 3700 metros observo el paisaje como si de una proyección en cinemascope se tratase. Los Andes desnudos posan para mí. La tierra  se arrebuja y se derrumba hasta allá abajo donde permite circular al rio que también tiene su sitio.



Me siento como el conquistador que ha hecho suya la tierra después de una dura batalla, como el águila que se columpia sobre el paramo haciendo suya la inmensidad. Pero poco a poco he de bajar, aceptar sumiso el vértigo de sus normas. Sé que mañana la tierra me impartirá otro castigo para salir de allí.


En la bajada nos gano la tarde. Son sesenta kilómetros de bajada ininterrumpida por una pista de tierra y riscos, unos 2700 metros de desnivel con una gran variación de clima de paisaje y con un continuo cambio de colores en sus tierras y rocas.



Llegamos a Balzas en las horas que el sol ya no baja al rio, a esa hora que esta entretenido en dibujar siluetas de colores sobre las lomas de los montes que se erigen como torreones ante nosotros. A nuestros pies el rio Marañón con sus aguas que parecen disfrutar de la paz que les trae la noche. Pero esa paz dura poco, raudas sus aguas se acicalan esperando la llegada de la luna llena, llena de vida.


                                                                                                                                                                                                   Foto Arthur.

Mis rodadas se dirigen hacia arriba buscando una salida del profundo valle. Mire hacia donde mire, suba por donde suba la ruta, se que va a ser duro. Comienza la jornada y comienza del mismo modo que va a trascurrir el resto del día, lentamente. Cuando se cumplen cinco horas y media de un monologo de pedaleo, sin un solo descanso en la pendiente, decidimos parar. 




Una aldeíta, Jelig, en medio del camino con unas excelentes vistas, nos proporcionara el agua que ya nos falta y unas arvejas (guisantes) recién recolectados. Nos los ofrecen unos campesinos a los que  habíamos regalado conversación hace un momento.



El sol busca esconderse, y entre los ojales de las nubes se cuelan las últimas luces del atardecer para zurcir los montes con puntadas de luz. Esta noche arroz con ajo y cebolla, el color de unos guisantes y en el fondo del bol media lata de atún con aguacate. El menú se completa con un buen tazón de chocolate endulzado con chancaca (dulce de caña), blanqueado con leche de bote Gloria y mojado con unos panes duros de hace dos días. Ale, a la tienda que ha llegado la hora del merecido descanso majo.



Los pájaros empachados de noche acercan la aurora con su canto. Relajado despertar y abriendo la puerta de mi tienda veo de nuevo los Andes a mis pies. De allí a terminar la faena, falta una hora de ascensión y bajamos a Celendín.



Llegamos a una zona que esta viviendo momentos difíciles, momentos de mucha tensión. El pueblo decreto un paro y está en lucha con una minera que amenaza con acabar  con el agua de la comarca. Ya han secado una laguna que existía. El rico cada vez mas………...y tu cada vez mas…… Antes de ayer en las protestas quemaron la comisaria y tomaron el ayuntamiento por la fuerza y ayer enterraron a tres campesinos a los cuales francotiradores policiales habían matado desde un helicóptero. Una paz forzada por la presencia militar y por un estado de emergencia declarado por el presidente del país hace que se mastique tensión en un ambiente  de tristeza y dolor.



La senda continua repleta de curvas infinitas. Algunas veces pienso que se van a entrelazar formando un nudo interminable del que no podré escapar. Toda la vida rodando? me imaginas? yo no. Vista desde lejos es como esas carreteras que dibujábamos con las manos en la arena para luego jugar a ciclistas con nuestras chapas (pique por fuera, trasquilón, redondilla….).



La tarde trae mucho frio, estamos a 3700 metros y debemos de parar, queda poco de luz. Encontramos la galería de una casa donde nos refugiamos, y nos hacemos un chocolate caliente con el poco gas y el poco agua potable que nos queda. Debemos matar al frio y al tiempo en espera de que llegue alguien que se apiade de estos dos nómadas de la biela. Una hora mas tarde aparece Angélica. Nos da cobijo en su humilde cocina, a continuación nos ofrece el calor del fogón y remata con una nutritiva cena.


                                                                                                                                                                                                Foto Arthur.
Cortando leña envuelto en un humo que intenta escapar entre las tejas rotas, ayudando a hacer divisiones de tres cifras a lapicero a la pequeña de la casa, diciendo dos tonterías de las mías y tres de las tuyas, paso a ser uno mas de la familia. A la mañana una pesada niebla y un aburrido frío  todo lo cubren. Un desayuno de fogón con sopa caliente y un sancochado de tubérculos (ollucos, ocas, papas) son el preámbulo de la despedida.



Estoy enamorado de estos Andes. Unos Andes duros, recios, hostiles, que al mismo tiempo son capaces de ser benévolos con los que los pueblan. Unos Andes heridos en sus entrañas con la explotación minera a la que están sometidos, decapitando sus cerros y contaminando sus aguas sin que nadie que se lo impida. El oro todo lo puede, la codicia todo lo tapa.



Una vez en Cajamarca Herbert, Carlos y Anaïs nos acogen. Excelentes anfitriones con los que lo pasamos muy bien charlando y recorriendo la noche de las calles. Linda ciudad colonial que nos enamora por su gastronomía basada especialmente en los lácteos. Días comiendo dulce de leche, churros rellenos de dulce de leche, arroz con leche y mazamorra, leche asada, bizcocho a las tres leches, quesos de todo tipo, pan tipo baguette, anticuchos (brochetas de corazón de res), papas rellenas, mollejas, cabrito…………Viniendo de ocho días en el monte y viendo tanta delicatesen  nos visita el síndrome Carpanta.



No quiero hacer balance, no quiero pedirme explicaciones a mi mismo de porque en los últimos ocho días he rodado por pistas en ocasiones en pésimo estado, porque he dormido en lugares aterido por el frio, porque he tocado el cielo cinco veces para bajar luego hasta sentir que la tierra me tragaba para volver a subir. Porque hago esto? Porque sigo los pasos de Sísifo?. Algún día me responderé porque.



Noticias de otros viajeros solitarios me anuncian que estamos en el bache del año, de la aceptación de este viaje largo que ya perdió el significado de vacaciones para pasar a ser un tipo de vida. Unos lo solucionan corriendo, buscando un objetivo con fecha, otros lo pasan con hemoal, sufriéndolo en silencio, y otros simplemente invitamos a este abatimiento a la mesa y charlamos con él.




Cuando veo tanta marea roja, veo sequía. Veo que nos tienen mareados para no diferenciar entre lo interesante y lo importante. Me acuerdo de Pessoa. Ahh y por mi parte que vivan las celebraciones multitudinarias  siempre, que no falten. Pero de vez en cuando que vivan  también las protestas multitudinarias.


“Descendió sobre nosotros la más profunda y la más mortal de las sequías  de los siglos – la del conocimiento íntimo de la vacuidad de todos los esfuerzos y de la vanidad de todos los propósitos.”
                                                                                   
                                                                                 Fernando Pessoa. La educación del estoico.


Desde la noche de mi cielo donde la luna llena me desvela con su luz, donde las aguas del Marañón juguetean con su reflejo iluminando mis sueños. Un interminable abrazo miadús.





Me han llegado estas letras de Carmen, me parecieron lindas y las quiero compartir con vosotros.


                                                                                                                                                                                            Foto Arthur.

“Están los que usan siempre la misma ropa. Están los que llevan amuletos. Los que hacen promesas. Los que imploran mirando al cielo. Los que creen en supersticiones.Y están los que siguen corriendo cuando les tiemblan las piernas. Los que siguen jugando cuando se acaba el aire. Los que siguen luchando cuando todo parece perdido, como si cada vez fuera la última vez, convencidos de que la vida misma es un desafío. Sufren. Pero no se quejan.
Porque saben que el dolor pasa. El sudor seca. El cansancio termina. Pero hay algo que nunca desaparecerá: la satisfacción de haberlo logrado.
En sus cuerpos hay la misma cantidad de músculos. En sus venas corre la misma sangre. Lo que les hace diferentes es su espíritu. La determinación de alcanzar la cima. Una cima a la que no se llega siguiendo a los demás. Sino superándose a uno mismo.

Feliz viaje compañero...
                                                                          
                                                                               Carmen. Cada uno en nuestro viaje.