Chile (Cerro
Castillo, Cochrane, Villa O´Higgins) 545 km, 6675 m+
“Las
mañanas dejaban en los arboles gigantescos jirones de espesa niebla que se
anudaban en las copas como sinuosas cortinas de la evaporación.
Desnudo
y feliz, sentía la libertad nacer en el centro de mi pecho, en aquella anodina
geografía fluvial, apartado del mundo, yo era un hombre hermoso – así me
sentía- en un planeta mas hermoso todavía.”
Román Morales. Buscando el sur
El
tiempo pasa y los hechos se suceden y mi memoria es corta. Me pongo hoy delante
de la computadora con la intención plasmar lo vivido hace ya casi un mes, de ser
lo mas fiel a la realidad. La distancia en el tiempo crea en mi mente una
verdad distorsiona, tengo ganas de mentir, de hacerme el héroe, de exagerar
historias y convertirlas en alimento para mi ego. Al fin y al cabo…….. por qué
escribo un blog?
Intentaré
reprimirme, ser sincero, sensato, humilde. No prometo nada. Lo entregaré todo.
La
carretera austral, al sur de Chile, se escurre entre la formidable cordillera
de los Andes. Durante mil doscientos kilómetros salta ríos, esquiva campos de
hielo, dibuja una rizada silueta entre bosques de coihues, toma el apasionado color
de la capuchina, la paz de la nalca, y entrega toda su alegría y alborozo a
golpe de saltos de agua. Me empuja, me lleva en volandas a recorrer el
indescifrable sentido de la aventura.
Todo
esto comienza con un perezoso despertar. Observados por el desbordado campo del
hielo norte, con el Cerro Castillo escupiendo nieve desde su lengua glaciar, con
la tripa aun llena y los cuerpos un poco desentonados, nos espabilan los
terceros o cuartos rayos de sol.
Despegan
nuestras bicis un poco mas tarde de lo habitual, es una mañana dura, fue noche
de poco dormir. La senda, como siempre, nos recibe para darnos fuerza, para
eliminar toxinas, para tonificar nuestros cuerpos.
Después
de seis horas de pedal sobre ripio, y con los antecedentes mencionados,
consideramos que nuestro trabajo por hoy ha sido suficiente. Saltamos la valla,
cruzamos el puente de madera a medio caer, ocultamos nuestras bicis en el
bosque y nos lavamos en el rio helado. Un fuego caldea las piedras que asumirán
la tarea de recalentar los restos del cordero. Esta igual de bueno que ayer.
El
camino es cada vez mas solitario, la ausencia de pueblos cercanos nos permite
rodar tranquilamente casi sin tráfico, poder disfrutar de este sublime paisaje.
Acá la cordillera se convierte en un festival de roca y nieve embellecidas por
un exceso de vegetación. Las montañas se elevan rápidamente, en sus faldas
dejan lugar al valle, y al valle lo recorre el rio. Los glaciares bajan a
saludarnos casi hasta la ruta y esta hermosa luz patagónica realza el intenso
azul del hielo.
No
sin esfuerzo llegamos a Rio Tranquilo con la intención de abandonar la ruta
principal y adentrarnos en un valle que nos paseara hasta el glaciar Exploradores.
Ya se sabe, basta que uno vea una carretera difícil y remota en el mapa para que
le crezcan las ganas de sentirse aventurero y colarse por ella.
Y
faltaba la sorpresa del día. Nos encontramos con Nadia y Jose preparados para
subir al glaciar. Xomin tiene carro y van todos pa´rriba a pasar la noche. A
pesar de no haber lugar en el auto nos invitan a acompañarlos. Abandonamos
rápidamente las bicis en un supermercado, agarramos los sacos, y somos seis remontando
setenta kilómetros de ripio.
El
valle espectacular. Nos arrepentimos mil veces de haber abandonado nuestras
bicis y recorrerlo en carro. Los primeros cuarenta kilómetros, a diestra y
siniestra, invadidos de masas deformes de hielo aferradas a la roca en
eterna lucha contra el riesgo del
desplome. Grietas rellenas de luz y sombra. Cumbres pintadas de atardecer. Frío en el fondo del valle. Cruje el hielo.
La
aurora rasga la noche armoniosamente. Lenta, la asesta una puñalada trapera,
empuja de abajo a arriba. Su dulzura violácea la convierte en inocente.
Día
de fatiga, de idas y venidas. Decidimos reposar en el camping, además se viene
con nosotros Txomin con sus costumbres, con sus instantáneas. Tomamos una ducha
merecida, ayer dormimos en un ahumadero de pescado y era el último aroma que
nos faltaba por añadir a cuatro días de ruta sin una ducha.
Esta
parte final de la carretera austral está teniendo días de duro pedaleo. La
geografía, y el trazado elegido por el ingeniero civil, que parece no haber asistido
jamás a clase y haber recibido el titulo por correo, hace que nos encontremos con pendientes de un 18% sostenido
durante mas de mil metros. Las cuestas se suceden de forma casi diría criminal.
Mi rueda trasera ya esta lisa, no agarra, patina en las rampas, mientras, la
delantera amaga con elevarse llegando a despegarse del suelo.
Autoridades
chilenas, desde aquí un ruego, por favor, que alguien renueve el temario
universitario de los ingenieros civiles, de puentes, y caminos. Un poco de
compasión para el cicloturista.
“Una
luz manchada de azafrán se posa sobre mis parpados, los despega. Es el anuncio
de que el nuevo día ya esta dispuesto a ser rodado. Una dramática geografía
entrega al recorrido una extremada exigencia y le otorga una belleza
directamente proporcional. “
Diario de Van Birloq.
Saltan
las alarmas, parada en lo mas alto de la loma observa el terraplén. Como
guerrera preparándose para la batalla se
coloca impaciente su casco blanco. Estamos frente a un descenso. Con plato
grande lanzamos a cámara lenta nuestras bicis, la velocidad aparece,
concentración. El aire golpea mi cara, la bici brinca, la cuneta avanza deprisa,
la mirada lejana buscando la piedra, el agujero a esquivar. Vértigo, curva de
herradura, estoy encima, no veo nada, apuro hasta el final, clavo el freno, saco
la rodilla, invado el carril contrario, me quedo sin carretera, vuelco el
cuerpo fuera de la bici un poco mas, de nuevo dentro. La adrenalina aumenta, un
grito se escapa. Otro cerro se aproxima, la pendiente me frena, respiro, relajo
los músculos, pierdo tensión, plato pequeño, molinillo, y vuelta a empezar. Nos
colocamos en paralelo, sabemos del cruce de miradas, de sonrisas. Saboreamos la
complicidad.
He
vuelto a hacer el jilipollas, a jugármela, y ella otra vez bajó más rápido.
Maldito diablo.
El
sol y las cuestas exprimen mis energías transformándolas en litros de sudor. Es
una sed fácil de extinguir gracias a los cientos hilos de agua fresca que caen
de las montañas. El calor derrite nuestras ícaras alas y nos empuja a compartir
sombras de siesta. Desperezarnos luego es fácil, un salto y ya estoy en las
torrentosas aguas del rio o en la calma del lago. Sensación de tarde de verano,
de vacaciones con bicicleta.
Buen
fuego para hacer la cena, vino del barato y noche bajo las estrellas. La carpa hace mucho
que permanece guardada. Las noches se hartan de amistad, amistad charlada,
amistad profunda.
“
Sé que mi vida no es perfecta, también sé que soy afortunado. Me abandono al
disfrute. “
Diario Van Birloq
Las
aguas del Baquer, río más caudaloso de Chile, bajan empujando. Fuerte,
impasible, potente, inalterable, orada la roca y arrastra con rutina el árbol
que se cruza en su camino.
El
azul turquesa de sus aguas eclipsa el resto de los colores del panorama. Poco
mas adelante, escurriéndose entre las montañas, comienzan a aparecer arroyos agregando
al cauce sus aguas lechosas cargadas de sedimentos glaciares, transformándolo
en un tono esmeralda. Acompaño el rio sobre una senda que dibuja su perfil, el
agua, jaranera a su paso por los rápidos, se transforma en relax en el remanso
del lago.
Por
la latitud y la época del año en la que nos encontramos disfrutamos de longevos
atardeceres. Superan la hora y media desde que el sol se esconde hasta que
llega la oscuridad total. El juego de luces que se crea evoluciona lentamente
creando un tornasolado horizonte. A esto
le añadimos tareas rutinarias como la de recoger leña, encender el fuego, calentar
el agua para el cafelito, ir pensando en que cenamos, un par de bromas y resulta paz, mucha paz.
En
el mundo moderno gran parte de las familias se reúnen alrededor del televisor.
Para nosotros el fuego es el centro, con él cocinamos, nos calentamos y nos
mantiene concentrados observando el baile de sus llamas, escuchando los
chasquidos de la leña. Su poder de relajación supera al de una caja de prozac
tomada de un golpe.
Es
el sol quien tiene la labor, a la mañana, de sacarnos del saco. Inmunes a su
luz, son sus rayos los que nos achicharran y nos empujan hasta levantar. Mis
compis poco hablan; un seco buenos días se les escapa a duras penas entre los
labios. Es el café el que comienza a despertarlos y a tornarlos mas risueños, y
ya sobre la bici, pasados unos pocos kilómetros destapan la caja de las bromas
y sacan su perenne sonrisa a pasear.
Pregunta:
si colocaran en línea recta la longitud de todas mis sonrisas vividas en el viaje
cuantos kilómetros serian? Chicle de menta para las tres primeras respuestas.
La
libélula, posada en su brazo, vino para contarla un secreto que ahora dejará de
serlo. El corazón no puede volar si deambula atado al barro, si carga el plomo
del espejo. Lindo sueño austral.
Este
paraíso natural se encuentra en peligro, ya sabemos, la codicia del hombre es
infinita. Varias compañías están intentando construir unas represas que
destrozarán el paisaje y todo lo que en su camino se cruce. La avaricia del ser
humano no tiene límites, el conseguir mas y mas cosas materiales y no tener
tiempo para disfrutarlas está de moda (lo estuvo siempre) en esta pinche
sociedad.
Es aquí cuando pienso en el tiempo perdido en la escuela (cada día
mas de acuerdo con Passollini cuando dijo, ya en el año setenta y tres, que
escuelas y televisión deberían de permanecer cerradas) donde nadie dedicó el
tiempo necesario para explicarnos la diferencia entre precio y valor. El precio
del oro y el valor del agua, de la vida. PATAGONIA SIN REPRESAS.
Fornidas
montañas ocupan el horizonte, las nubes apoyadas en las copas de los arboles se
sostienen firmemente, mientras el agua, imperturbable, escava haciendo mas pronunciados los pliegues de la tierra.
Comienza
la lluvia, 22 km restan para llegar a Tortel, comienza la contrarreloj, el
disfrute del ciclismo. La belga se pega a mi rueda, apretamos la tuerca,
tensamos la cadena, nadie hace la goma. Las bicis vuelan sobre el ripio roto,
las alforjas saltan golpeando continuamente los portabultos, nada importa, solo
volar. Rodamos la París-Roubaix, dándolo todo goteamos sudor, plegada la
espalda sobre el manillar, agachada la cabeza, fijada la mirada al suelo, se
empujan las bicis, entrada al sprint. Juegos de ciclistas.
Villa Tortel
me recibe cansado y al mismo tiempo lleno de vida. Me siento con la fuerza y la
fragilidad de un hombre de cristal.
Este
pueblo marinero se descuelga desde lo alto de un cerro hasta el mar. No tiene
acceso en carro y han creado una encrucijada de pasarelas de madera que se
reúnen en pequeños puertos donde las barcazas acercan las mercaderías y
suministros necesarios. Pintoresco lugar.
Lluvia,
frio y una oportunidad para dormir en el quincho del aeropuerto. Xomin aparece
de nuevo, compartimos cena, fotos, atardecer.
Saber
que nunca vas a llegar tarde. No saber donde vas porque quieres, sin tener
destino ni horarios porque no quieres. Hoy puedes llegar acá pero posiblemente
no llegues y tampoco pasara nada. Sin horario ni destino vives en la sorpresa.
Solo quiero caminar.
Estamos
rodando mucho y desde hace dos días voy muy rápido, disfruto tanto en la subida
como en la bajada. Exprimo mis energías, los músculos se hinchan no dejando
cabida a las venas que abultadas se oprimen contra la piel queriendo salir. Me
exijo al máximo disfrutando de cada pedalada, sintiendo como la fuerza de mis piernas,
perfectamente engrasadas, mueven esta bici, como la transmiten a través de las
bielas despegándome del suelo. Me deslizo.
“Salgo a los senderos con el
alba. Los cerros lejanos sienten ya sobre sus espaldas el paso anheloso de este
viajero. Estoy haciendo grandes jornadas, sentándome un momento para tomar
aliento y reiniciando la marcha tercamente otra vez.”
Ciro Alegria. Los perros hambrientos
A
mi llegada a Cochrane el cuerpo me da un aviso. Me he pasado y estoy muy
cansado. Necesito reposo.
Todo
tiene un límite, incluso el precio del alojamiento. Después de llegar tarde y
de llevar mucho tiempo acampando al aire libre se nos hace caro pagar por el
hecho de tener un lugar donde dormir bajo las estrellas y partir pronto a la
mañana. Ocupamos un rincón del parque del pueblo. Allí filtramos agua, hacemos
nuestras cenas bajo la atenta mirada de algunos vecinos, y pasamos la noche cinco ciclistas tirados.
A
la mañana me levanto renqueante, se mezcla agotamiento y sol, no hay capacidad
para partir con tanto calor. Hay que darle pronta solución, no encuentro otra,
un sangüis y siesta. Y en la espera de tomar decisiones aparece Ana, su chico
Fer anda por ahí, mas tarde el destino nos acercará a esta pareja de entrañables
valencianos.
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Foto Arthur |
Tomamos
el internet con ganas, son muchos días sin conexión y he de reconocer que siempre apetece tener noticias de los mios y
de los nuevos también. Hoy sorpresa, un mail del grupo Skap aparece en mi
correo. Estoy invitado a un concierto en Buenos Aires, ahh y Abisinia también,
subirá al escenario. Esto va a cambiar mis planes para el retorno hacia casa.
Un
helado nos da el frescor, la capacidad de arranque, salimos de nuevo a la ruta
a pesar del sol y la pereza.
No
hay agua, la noche se echa encima lenta como de costumbre, y finalmente
nuestras pedaladas se cruzan con las aguas de un rio. Un café a la leña y la
moral de la tropa sube a las nubes. Esta noche la charla alrededor de la
hoguera llega lejos, sale de muy dentro, sin censura exhibimos parte de esos sentimientos
tan profundamente guardados que nos hacen
daño al caminar.
Yo,
me siento feliz, disfruto escuchando (parece que voy aprendiendo a escuchar y
callar), viendo la foto que no hice, echando mas leña, no quiero que hoy
termine.
Esto
me supera, intento contenerme, pero acabo vomitando sentimientos convertidos en
palabras que abrazan a mis compañeros. Con un hondo sentimiento de hermandad nos
acostamos, ha sido otra gran noche y
mañana queremos madrugar.
Como
telas de arañas entrelazadas en las ramas aparecen las nubes al amanecer. No
queríamos sol y no lo vamos a tener.
El
material sigue desgastándose, mas de 500 noches fuera de casa hace que mi
aspecto de punk trasnochado roce el de adefesio, que el desgaste llegue a
piezas y a ropajes. Zurcidos y reparaciones y cortes de pelo, alargan su vida,
cambian su imagen.
En
la lejanía se vislumbran los carros levantando un reguero de polvo que corre
por la ruta como la nube de humo que levanta una mecha de pólvora ardiendo. Acabamos
las jornadas con la arena pegada a nuestro cuerpo y vestiduras, bajamos al rio
petrificados como guerreros de Xiam.
Navegando
las tardes sobre la carretera austral con el viento a favor. Un gran campo de
hielo de dimensiones inimaginables me acompaña. Montañas cubiertas por nieve
fresca ocultan el glaciar que se desborda como la espuma se deja caer por las
paredes de una jarra de cerveza.
No
dejo de pedalear y comienza a faltar la luz. Y es ese momento cuando las
sombras, persuadidas por el crepúsculo, se
funden a negro en una sola, cuando una legión de estrellas colma el cielo, y
reunidas en corrillos dibujan figuras. Colgada, la Cruz del Sur, señala una
noche mas el encuentro de mi mirada con Orión.
El
redoble del pájaro carpintero contra un tronco pone música al camino. Me
recuerda a los palmeros, me traslada a uno de esos conciertos de flamenco vividos
en un pequeño local. Echo de menos.
En
este escenario donde las innumerables subidas reducen la velocidad a 5K/h,
donde el tórrido sol merma tu esperanza de llegar al final, te enfrentas a una
guerra sicológica. Escuadrones de tábanos te acosan continuamente, durante
horas continuadas, hasta hacerte perder los nervios. Omnipresentes hasta llegar
la noche convierten esto en nuestro Pearl Harbour. Golpearlos supondría soltar
una mano del manillar y lo difícil del camino en ocasiones no te lo permite, en
otras los agarras con la mano en su torpe vuelo, pero te da igual, hay mas, siempre
vuelven.
Las
copas de los arboles se abrazan creando túneles de naturaleza. Entre la encrucijada
de ramas se cuelan rayos de sol hilvanando la senda con pespuntes de luz. Los
días transcurren luminosos. En el camino todo tiene un significado sencillo y
natural. Desaparece el tiempo, resbala vertiginoso entre los radios de la
rueda.
Los
arboles yacen en el pasto dando forma a un caótico cementerio, poco a poco
pasan a formar parte de la tierra que antes les dio la vida. Va para cien años
que en Patagonia hubo un gran incendio. Duro cuatro años. Con el invierno
concentraba su fuerza bajo la tierra, se transmitía a través de las raíces. Cuando
la nieve y la lluvia le daban una tregua remontaba a la superficie apareciendo
donde nadie lo esperaba. Esto acabó con el bosque autóctono de media Patagonia,
del resto se ocupó el hombre.
Llegando
a Puerto Yungay, la carretera desparece. Un brazo de mar evitó su paso y el
presupuesto la construcción del puente. Una barcaza nos espera y dormitando en
la playa vemos dos cuerpos acompañados de dos bicis, la puta!!!! Jose y Nadia,
estan acá y traen la lluvia.
Celebramos
cada día como si fuera el último y lo disfrutamos como si fuera el primero.
Sepultamos el camino de la rutina, y en ocasiones llegamos a adoptar conductas,
se podría decir quinceañeras, de viaje fin de curso, pero así es la exaltación
de las emociones. La alegría general es contagiosa, se desborda, se nos escapa
de las manos.
Y
es que no hay espacio para el disfrute a través del razonamiento, de la censura.
Cocino los días a fuego lento, y ya en la paz de la noche sedimentan
los mejores momentos vividos que alimentan
mi experiencia futura.
Transcurre
el sendero acompañado de un paisaje de arboles desnudos. Desprovistos de hojas
y cortezas se mantienen erguidos como percheros esperando el abrigo de la
niebla. Por contra su reflejo en estas frías aguas está lleno de vida.
Y
acariciando los pedales llegué a Villa O’Higgins, habían sido mas de mil
kilómetros sobre esta carretera y una sensación de emoción me invadió. Sentí el
peso de todo lo lindo que cargaba en mi y lo que iba dejando atrás.
Sentados
en la acera esperamos nada, pasamos el tiempo entre sangüis de palta y queso
cremoso. Alguien compró cerveza y además fría. Disfrutamos de la llegada, del
final, del esfuerzo, de la recompensa de días duros, de días difíciles, de días
hermosos.
Nada
esperamos y todo llega, encontramos sin buscar. Un auto se para a nuestro lado,
se asoma el copiloto y nos ofrece pescado. Jose y Lisbeth saltan si saber aun
lo que nos espera. Siete imponentes peces que nos regalan y ya tenemos cena.
Guitarreo
a la sombra del galpón, un poco de música para celebrarlo antes de acercarnos
al ecocamping de Mauro, el Tsonek. A ese barbudo de coleta lacia le conocimos
en la ruta, se paró y nos propuso pasar por su casa, y una vez que pasas te
quedas. Miles de razones, la primera la persona, también el lugar. Un bosque envuelto
en magia nos acogerá.
Como
siempre todo se enreda, hay pescado para todos y en los preparativos de la cena
aparecen las primeras canciones, los primeros vinos, los primeros invitados que
llegan con un instrumento debajo del brazo. El atardecer continúa cayendo
lentamente, muy despacio, a compás. De modo dulce maceran nuestras almas
alrededor de las guitarras, flautas, charangos, saxofones, palmas, voces… la
energía se genera elevando nuestros espíritus y rápidamente se crea una
comunidad de alientos. Se eterniza la noche, todo se comparte, abrazos, hechizo,
sonrisas.
Las
notas fluyen y los temas son entonados al unísono. Es entonces cuando comenzamos a desnudar nuestras almas, que ya
de por si tienen el hábito de llevar poca ropa, cada uno a su ritmo, sin pudor.
De a pocos vamos dejando nuestros corazones sobre la mesa, están para usarlos,
agarras uno y envuelto en el embrujo de la noche, acompasado por la música, te paseas con él.
La
noche pasa y alguien golpea el cristal tras las ventanas. Es la aurora con su
luz de lirio mudo empujándonos a la cama.
No
encuentro el momento de acostarme y no pierdo la costumbre de irme el último a
dormir. Alguien dejó un corazón olvidado, me lo calzo con sus pies de fuego y
salgo a pasear un bosque de luna llena. Cicatrizan las heridas.
Aquella
noche me esperaban
con fuego
y velas encendidas,
los pinos
susurraban cosas
con mi
corazón desbordado.
Pablo Neruda. Itinerarios
Llega
la claridad, aun despierto anido en mi plataforma de madera. Arropado por el
ramaje de arboles que me envuelven y tamizan la luz de la mañana, también
duermo el día. Del mástil cuelga la bandera del silencio soplada por el canto
de los güel güel.
Me
duele el vino en la cabeza, leo a
Neruda, el sueño me visita de nuevo y anhelo el beso que me faltó al despertar.
“Buscando
nombre al primer beso, me enrede en un segundo interminable.”
Diario de Van Birloq
Desde
el cono sur de mi cielo austral, donde comparto mi vida con unos vecinos que ya
hace tiempo vienen a visitarme todos los días. Para Nadia, Arthur, Jose y
Liesbeht, que ensanchan mi corazón con cada abrazo que me dan, que alimentan mi
espíritu con cada sonrisa que me regalan, y para todos los que aparecen a
diario compartiendo parte de sus vidas, un aparatoso y eterno abrazo. Cachai? huevón.
Sensación
de miedo y a la vez de libertad.
Ya eres
libre por fin has visto tu sol,
ya eres
libre y ya nadie lo eclipsó.
Burning. Jhony el seco
Terminó este parto con cesárea, respiración asistida y las contantes vitales por los suelos. Ha sido de lo mas difícil de lo que he escrito hasta el momento, difícil intentar poner palabras a tanta intensidad y tantos sentimientos desde la lejanía del tiempo.
Cuanto me encantaría que continuaras aquí, cuanto me encantaría que continuaras haciendome soñar, cuanto me encantaría que esta proxima etapa te hiciera tan feliz, cuanto me encantaría....
ResponderEliminarcuidate hermano y gracias como siempre por ser ese ejemplo que tu ya sabes, un abrazote.
SALUD Y BUEN CAMINO, NANDO.
Encantado de estar aquí y allí. Encantado de compartir. Encantado de que esto haya sido solo el principio. Tenemos mas Nando.
ResponderEliminarUn abrazo
Jorge
hola Jorge
ResponderEliminaresperamos que tu es en ruta por el antarctiqua y que todo se passa bien para ti.
estamos en Cafayate , y esperamos te ver en francia u en españa el siguiente invierno.
Hasta luego
Bruno Cath y Lucas
Jorge, me encanta leer tu blog!!!! Cuánto transmites!! Un abrazo. Mamen
ResponderEliminarOTRO BLOG TAN INCREIBLE COMO EL RESTO.... ENHORABUENA JORGI.
ResponderEliminarY, AUNQUE SIGAS DESCUBRIENDO EN TUS CAMINOS A GENTE ESTUPENDA Y QUE COMO TU ESTEN VIAJANDO Y VIVIENDO SU MOMENTO:
¡¡¡ NO ACABA AHI LA COSA !!
EL MUNDO ESTA LLENO DE GENTE NUEVA Y MARAVILLOSA Y TE LAS ENCONTRARAS, LO SABES.
UN BESO LLENO DE CARIÑO Y UN ABRAZO INMENSO.
HASTA MUY MUY MUY PRONTO LOCO MUY LOCO Y PREPÁRATE PARA LA GRAN VUELTA :)
FDO.: TERESA (TÉ)